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Hoy queremos compartir la historia de Xavi Moll. Porque a veces, el trasplante no es un final, sino un paréntesis: una parada en boxes para sustituir aquello que ya no funciona y seguir adelante con una vida activa, plena y llena de ilusión. Experiencias como la suya nos inspiran y nos enseñan que sí se puede.
A todas las personas que estáis esperando: ¡ánimos y fuerza! Porque vuestro momento llegará.
«El deporte, además de hacernos física y mentalmente más fuertes, nos ayuda a contrarrestar los efectos secundarios de la medicación que las personas trasplantadas tenemos que tomar. ¡Anímate y muévete!»
— Xavi Moll
Hace casi 20 años, durante una revisión médica, le detectaron una proteína en sangre potencialmente perjudicial. Desde entonces, fue controlado por el equipo de Nefrología del Hospital Germans Trias i Pujol (Can Ruti), en Badalona.
En 2015, al ver que su función renal se había reducido a menos del 12%, se valoró el trasplante. Gracias a la generosidad de su mujer, Delia, y a la compatibilidad entre ambos, Xavi pudo recibir un riñón a finales de septiembre de ese mismo año.
Tres días después de la operación, ya caminaba por los pasillos del hospital. A los 14 días, lo hacía por las montañas del Maresme. Y apenas un mes más tarde, volvía al gimnasio, retomaba la bicicleta de carretera y se aventuraba por rutas como Sant Llorenç del Munt o el Matagalls.
A los tres meses del trasplante, coronó por 29ª vez la cima del Puigmal (2.913 metros), acompañado de Delia.
Hoy en día, Xavi sigue corriendo, practicando mountain bike y, cada año, viaja con su mujer a Canadá para practicar heliesquí.
Porque Xavi es, sin duda, un auténtico amante de la montaña… ¡y un ejemplo de salud y vitalidad!
La historia de Carmen es una de esas que impresionan por su dureza, pero también por la fuerza con la que está escrita. Llena de retos, complicaciones médicas y superación constante, nos recuerda lo importante que es valorar la salud y vivir cada día con intensidad.
Hoy, Carmen se encuentra en uno de sus mejores momentos de los últimos años. Tanto es así, que fue una de las 2.900 personas participantes en la última edición de la Transplant Run. ¡Felicidades, Carmen! ¡Sigue así! Te esperamos en la próxima edición.
“Disfruta cada día al máximo, no esperes a mañana. La vida es un regalo magnífico que tenemos que vivir y no perder esperando al futuro.”
— Carmen
Carmen fue diagnosticada con tan solo 4 años de una enfermedad renal hereditaria, el síndrome de Alport, en su caso de tipo autosómico recesivo. Desde pequeña, tuvo que afrontar controles médicos frecuentes en nefrología, otorrinolaringología y oftalmología, ya que esta enfermedad afecta al sistema renal, auditivo y visual.
A los 15 años, comenzó a tomar hipotensores para preservar la función renal.
A los 18 años, necesitó audífonos por una pérdida auditiva del 50% en ambos oídos.
A los 23 años, fue intervenida de cataratas en ambos ojos.
Y así, entre revisiones y adaptaciones, fue avanzando en su día a día, hasta que, a los 30 años, la enfermedad progresó a una insuficiencia renal en estadio 4-5.
Ante la necesidad de tratamiento renal sustitutivo, Carmen optó por diálisis peritoneal, una decisión que afrontó con valentía.
Aunque los primeros días fueron extraños, se adaptó con rapidez y volvió a su rutina habitual. Tras unos meses de baja laboral, retomó su trabajo y también sus ganas de disfrutar la vida.
A los dos meses de iniciar la diálisis…
🎒 ¡Se fue de crucero a los fiordos noruegos!
La diálisis peritoneal no fue un impedimento: solo requería llevar el material necesario y organizarse bien. Carmen no dejó de viajar (Noruega, París, Niza, Asturias…), ni de ir a la playa en verano.
Hoy Carmen es un ejemplo de fortaleza, adaptación y alegría de vivir. Su historia nos recuerda que, incluso en los momentos más difíciles, la actitud y las ganas pueden marcar la diferencia.
“La vida es un regalo. ¡Vívela hoy!”
La adolescencia es esa etapa en la que te sientes el centro del mundo. Solo quieres vivir, salir con amigos, reír, soñar en grande, comerte la vida a bocados.
A los 16 años, eso era lo único que yo quería: vivir con intensidad.
“¡Qué magia y qué vitalidad tienen los adolescentes! En mi caso, todo iba bien… hasta que empezaron los días de cansancio, de malestar general, síntomas que parecían propios de la edad y que mis padres también creían normales. Pero no lo eran.”
Así comienza la historia de Antònia, una mujer que ha recorrido un camino lleno de obstáculos, pero también de esperanza y amor, hasta volver a hacer lo que más ama: ser maestra.
A los 16 años me diagnosticaron insuficiencia renal crónica. Aún no era del todo consciente de lo que implicaba. Continué mis estudios, eso sí, con una bandeja diaria de medicamentos que me preparaban para un trasplante que llegaría poco más de un año después.
Ese primer trasplante vino de la persona que me dio la vida: mi madre.
“Me regaló la vida por segunda vez.”
Gracias a ella, pude seguir estudiando, salir con mis amigos, y finalmente cumplir mi sueño: convertirme en maestra.
Pasaron 17 años. Aquel riñón, el de mi madre, empezó a fallar. Me inscribieron de nuevo en la lista de espera. Y justo el mismo día que empezaba diálisis, sonó el teléfono:
¡LA LLAMADA! Tenían un donante para mí.
Pero esta vez, las cosas no salieron como esperábamos. El trasplante no funcionó. A los siete días me retiraron el riñón y empecé la diálisis. Estuve tres años conectada a una máquina para poder seguir viviendo —esta vez, en minúsculas.
“Llegaba a casa buscando la cama. No podía comer casi nada, controlando cada miligramo, midiendo los líquidos. Solo podía beber medio litro al día.”
Aun así, seguía trabajando. El contacto con las personas y las sonrisas de los niños eran mi energía. Pero llegó un momento en el que ya no era suficiente. Mi cuerpo no aguantaba. Y los médicos me recomendaron dejar la escuela.
“No quería aceptarlo. No podía hacer lo que más me gustaba: ser maestra. Y me invadió una tristeza profunda.”
Dos meses después, volvió a sonar el teléfono.
Esta vez sí.
Una estrella del cielo, antes de marchar, me dejó el regalo más grande que alguien puede dar: la vida.
Ese día me trasplantaron dos riñones a la vez, en una operación que por fin salió bien.
“Pasé unos días en el hospital, un par de meses en casa… y volví a ser quien soy: ¡una maestra feliz!”
Llevo siete años con este último trasplante. Y hoy vivo de verdad:
río, bailo, trabajo, y regalo amor a todas las personas que me acompañan en el camino.
“Gracias a mi madre, que me dio la vida dos veces.
Gracias a mi familia y a mi marido, que me ayudan a ser feliz cada día.
Gracias a los profesionales que lo hacen posible.
Y, sobre todo, gracias a cada persona que dice SÍ a la donación.
Porque gracias a ellas, personas como yo podemos cumplir nuestros sueños y vivir con una sonrisa.”